miércoles, 26 de noviembre de 2008

Guiados por el Espíritu de Dios

(Leer Romanos 8:11-14)

Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. - Romanos 8:14.

Un hecho importante es que el Espíritu de Dios mora en nosotros. Esto tiene que ver con la resurrección de nuestro cuerpo mortal. Nuestro cuerpo todavía está sujeto a las consecuencias del pecado: puede enfermarse y también puede morir; pero consideremos lo que Dios ha hecho con el Señor Jesús: lo levantó de entre los muertos.

Tal y como lo hizo con el Señor Jesús, Dios también resucitará nuestros cuerpos mortales, porque su Espíritu vive en nosotros. (Lea Filipenses 3:20-21). Todo esto nos impone cierta responsabilidad. Dios nos ha provisto de todo lo que necesitamos para vivir de acuerdo con la posición que Él nos ha dado, a saber, la vida nueva y el Espíritu Santo. Ya no tenemos ninguna obligación para con la carne. Ella no tiene derecho sobre nosotros, porque hemos muerto respecto a nuestra vida pasada.

Todavía tenemos la carne en nosotros, pero no debemos darle la oportunidad de hacerse valer. Quitémosle cualquier ocasión de volver a tener autoridad en nuestra vida. Por el poder del Espíritu, podremos imponer silencio a las insinuaciones del pecado en nuestro cuerpo que quieren llevarnos al mal.

Así experimentaremos la vida de Dios tal como Él quiere. Los hijos de Dios son las personas que Dios ve a través del Señor Jesús. Él hacía todo para la gloria de Dios y Dios encontró en Él su complacencia. Si nos dejamos guiar por el Espíritu, Dios también sentirá gozo por nosotros.

El devocional diario, es editado por: "La Buena Semilla" 1166 Perroy (Suiza) © Copyright: Todos los derechos reservados. El texto enviado hoy es del día correspondiente al año pasado. El texto del día de hoy puede leerse en nuestra página: LaBuenaSemilla.net
Recuerde que estamos para servirle con el fin de que usted consolide día a día mucho mas su relación con
Su Señor y Salvador Jesucristo, como a la vez ayudarle a usted a llevar el evangelio a todas las naciones.
Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.
Tercera carta de Juan, versículo 2.

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